lunes

Su granito de arena

(Para @divagacionistas, bajo el tema "Cerraduras")

Repasó con el dedo el lomo de cada librillo, recorriendo con paso lento la longitud del estante al compás de la música ambiental. Habría una veintena de ejemplares, todos representando en sus portadas con colores chillones a este o aquel héroe animado.

Lograr contacto costaba cada vez más. Cerró los ojos. Concentración. Trató de identificar al tacto las texturas de las encuadernaciones. Plástico, la mayoría. Imitaciones de tela en los tomos más caros. La conexión emocional canalizaba mejor de esta forma con aquel precalentamiento.

Generalmente el poder aparecía al tocar las cerraduras.

Corazones, candados, animalitos. Todos aquellos delgados tomos poseían cerraduras doradas o plateadas. Cerraduras guardianas de secretos futuros. Una guarda ficticia, pues cualquiera podía tomar la llavecita que colgaba cerca para violar las páginas en blanco que protegían.

Ella conocía bien el peso de intentar proteger a alguien amado y que te lo arrebatasen injustamente.

El sollozo que amenazaba con invadir silenciosamente sus mejillas quedó atajado por el familiar calor que ascendía desde el primero de los tomos hasta su pecho, usando su brazo como conector. Mucho más difuso que en su juventud, pero ahí estaba. Quizás por última vez.

Todo olvidado, una sonrisa triste asomó a sus labios.

Sin abrir los ojos ni perder el contacto, siguió avanzando a lo largo del estante. Cada cambio de cerradura traía variaciones del mismo tema: Futuras páginas llenas de felicidad, intensa y desbocada. Como solo puede sentirla un niño.

Recorrió dos tercios de la sección sin detectar nada raro. Quizás ya no encontraría nada

Como invocado por ese fugaz destello de esperanza al tocar la siguiente cerradura el frío se deslizó por su brazo, denso y viscoso como una serpiente.

"Señora..."

Abrió los ojos, sobresaltada. Roto el contacto con los libros la desagradable sensación desapareció abruptamente. Esta vez se sentía vacía, como si el poder la hubiese abandonado definitivamente.

"¿Puedo ayudarla en algo?"

Ante ella, una dependienta de sonriente rictus y mirada fija. Como el Bob Esponja custodiado por la última cerradurita que había tocado.

No era Superwoman, su psiquiatra lo repetía constantemente. No podía derribar edificios. Pero quizás esta última ocasión podría hacer algo para evitar que aquellas páginas hoy vacías se llenaran del terror que había presentido.


Tras confirmar que llevaba un mechero en su bolso, pagó el diario infantil y salió por la puerta de la gran superficie a la fría mañana de noviembre.

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